Por Maxiel Jeréz
Cada 8 de marzo, cuando se celebra el Día Internacional de la Mujer, algo curioso ocurre en nuestro entorno político, empresarial y social. Las redes sociales, los comunicados oficiales, las declaraciones de figuras públicas y los eventos conmemorativos se multiplican de repente, como si un resplandor de conciencia iluminara a todos por igual. Empresas, políticos y organizaciones enarbolan la bandera de la igualdad de género, el empoderamiento femenino y el reconocimiento de los derechos de las mujeres. Sin embargo, esta apariencia de solidaridad, tan visible en esta fecha, esconde una realidad que dista mucho de ser tan colorida y esperanzadora.
Lo que resulta particularmente preocupante es la evidente contradicción entre las palabras de apoyo y la práctica diaria. Durante todo el año, las mujeres siguen enfrentando innumerables obstáculos: desde la limitación de su desarrollo profesional hasta la exclusión sistemática en los espacios de toma de decisiones. Las mismas personas que hoy publican mensajes cargados de buenas intenciones son las que en el día a día perpetúan un sistema patriarcal que minimiza la voz y el liderazgo femenino.
En el ámbito político, la situación es aún más grave. Aunque se reconocen ciertos avances, como la elección de mujeres en diversos cargos, la realidad es que aún estamos muy lejos de alcanzar una representación equitativa en los espacios de poder. En la Cámara de Diputados, de un total de 190 diputados, solo el 37% son mujeres, lo que equivale a 70 representantes femeninas. De ellas, 59 pertenecen al Partido Revolucionario Moderno (PRM), 8 a la Fuerza del Pueblo y 3 al Partido de la Liberación Dominicana (PLD). Estos números, aunque representan un progreso, siguen siendo insuficientes y no reflejan la diversidad y el talento femenino que existe en nuestra sociedad.
Pero el panorama se torna aún más sombrío en el Senado. De los 32 senadores que conforman la cámara alta, solo 4 son mujeres. Esta representación es escandalosamente baja y refleja una realidad profundamente desigual. La pregunta que surge es, ¿cómo podemos hablar de avances en igualdad de género cuando las mujeres son tan minoritarias en los espacios donde se toman las decisiones clave del país?
La falta de mujeres en posiciones de poder no es casualidad. No se trata solo de una cuestión de números, sino de una mentalidad profundamente arraigada que subestima las capacidades de las mujeres para liderar y tomar decisiones políticas. En muchos casos, las mujeres son invitadas a las reuniones, pero se les niega la oportunidad de participar plenamente. Si logran hacer oír su voz, sus ideas suelen ser desestimadas o ignoradas. Se las considera “decoración”, pero nunca como verdaderas protagonistas en la toma de decisiones.
La hipocresía es palpable. Las mismas voces que hoy celebran el Día Internacional de la Mujer son las que durante todo el año mantienen intacto el sistema que limita las oportunidades de las mujeres, que niega su acceso a roles de liderazgo y que perpetúa las estructuras patriarcales. Las políticas de inclusión, por lo general, no se traducen en acciones concretas que garanticen un cambio real, sino que se convierten en meras promesas vacías.
El Día Internacional de la Mujer debería ser una oportunidad para reflexionar y actuar, no solo para dar un golpe de imagen que dure 24 horas. Las mujeres no necesitan un aplauso superficial cada 8 de marzo; lo que necesitan es ser escuchadas, respetadas y ubicadas en los lugares de decisión, donde su voz y su experiencia sean tan valiosas como las de cualquier hombre. La verdadera igualdad de género no se construye con discursos efímeros, sino con un compromiso constante, diario y concreto para eliminar las barreras que aún limitan su participación plena en todos los ámbitos de la sociedad.
Si realmente queremos que el 8 de marzo sea más que un simple recordatorio de lo que debería ser, es hora de que todos, desde las empresas hasta los políticos, asuman una verdadera responsabilidad. De lo contrario, seguiremos viendo una conmemoración vacía, que solo sirve para maquillar una realidad que aún necesita cambiar. La hipocresía no tiene cabida en un Día Internacional de la Mujer que debería ser, ante todo, un día de acción y de lucha por la igualdad real.